martes, 23 de diciembre de 2008

FRANCISCO VILLA


Algunos "díceres" de mi General Villa.

Enfir. Educomentarios


PANCHO VILLA. El 20 de noviembre me dediqué a resaltar con justicia el 46o. Aniversario de Vocero Del Norte dejando a destiempo, algunos “díceres” alusivos a la revolución de 1910 y que por ocurrencia fueran sacrilegios patrios no trillados. Hasta la alteración total de los hechos, se ha comentado que Pancho Villa tenía tres grandes vicios, los buenos caballos, los gallos valientes y las mujeres bonitas, de la misma manera, se han escrito libros como para llenar una biblioteca, sobre su genio, su ira, su ternura, su honestidad y su brutalidad, pero pocas referencias hay sobre su pasional gusto por la comida.

LO ENYERBAN CON TAMALES. El general Francisco Villa era un comelón sin límites y como me comentó mi abuela que lo supo en Estación Ruíz cuando los villistas pasaron para Sonora, “al general lo enyerban con tamales” y es que Don Pancho tenía un gusto abierto por el “pan de maíz” que en alguna ocasión comentó: “solo al probar los tamales se conoce el valor de la carne”. De Villa se saben muchas anécdotas y detalles, pero de lo que menos se ha dicho, es de los caprichos de su buen comer, dicen, que en alguna ocasión que no fue satisfecho, le costó la vida a más de algún cocinero.
Pancho Villa nunca dejó de ser una persona sencilla y humilde, no obstante que experimentó la vida de los militares de carrera de alto rango, pero lo que más le cansaba, era la comida de los banquetes y las recepciones pomposas, a tal grado, que después de muchos años, confesó a Martín Luis Guzmán: "En México volví a comer como Dios manda, con sopas condimentadas y guisados calientes, con frutas frescas y postres azucarados, con bebidas finas y café de olor". Sin embargo, nada de eso causó en el general tanto jolgorio, como cuando en una fonda de Xochimilco, lo festejaron con guajolote en mole poblano con todo y su ajonjolí, dos tamalitos de garbanzos y unos frijoles aztecas sazonados con manteca, chile verde, cebolla y unas hojas de epazote. Como una muestra más de su glotonería y del gran aprecio por la comida autóctona, Villa confesó a José Vasconcelos: “comprendí por qué los indios del centro hicieron del maíz un Dios, esto sucedió, cuando comí tamales, pozole, sopa de cuitlacoche al ajillo, tlacoyos de haba y quelites, gorditas de chicharrón prensado, huaraches rojos y verdes...
EMILIANO ZAPATA. Cuando Villa regresó a Chihuahua, se aseguró de seguirse deleitando con los tamales y la comida de la capital, para ello, le pidió a Emiliano Zapata le proporcionara los necesario para su elaboración, como resultado de su petición, el Líder Agrario, le confiscó a un hacendado: treinta y tres costales de hojas de maíz, veinte cerdos, cincuenta pollos, cinco guacales con chiles de varios tipos, hierbas de olor, cebollas, tomates y jitomates, cinco latas de manteca fina y un cocinero chaparro al que llamaban Manuelito “el tamalero”. En la primera parada que hizo el tren de Villa, al darse cuenta éste que lo esperaban algunos jefes villistas, hizo que se preparara una gran comelitona a base de tamales y atole de champurrado, que a decir del General Fierro era como “beberse la leche de una sacerdotisa azteca”. La pachanga fue en grande y el General Villa plenamente satisfecho, premió a Manuelito con el grado de teniente.
Bastó que Pancho Villa manifestara su gusto por los tamales, para que como a Don Emilio, le obsequiaran tamales en todas las ocasiones, de todo tipo y de todos los rellenos , de tal manera ponían a su disposición: por su envoltura, de hojas de maíz o de hoja de plátano; por su color, rojos, blancos, verdes, morados, amarillos por el relleno de carne, de pollo, pato, res, borrego, cabrito, cerdo; por el relleno caprichoso, de pancita, sesos, ojo, creadillas, vísceras de gallina; por la región, de Yucatán, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Puebla; bueno, le encantaban los preferidos de Don Benito y le asqueaban los que le gustaban al “perjumado de Obregón”.

LA BATALLA DE CELAYA. Fue una batalla decisiva que determinó el rumbo de la Revolución Mexicana, en ella, se enfrentaron la División del Norte al mando de Francisco Villa y el ejército constitucionalista comandado por Alvaro Obregón. Los pormenores de esta batalla son muy conocidos, así como los resultados después de varios enfrentamientos, basta decir que fue el principio del fin del Centauro del Norte, esto por necio y desoír las recomendaciones de su estratega de guerra Felipe Angeles, de no enfrentar a Obregón en terreno plano, además, porque la estrategia villista de emplear la caballería con todo su poder, era inoperante para derrotar las trincheras, excesiva artillería y ametralladoras del ejército constitucionalistas.

CORUNDAS Y PEDORRITOS. Hay otras razones al margen de las mencionadas, de su veracidad no se responde y la credibilidad depende de la buena interpretación que se le dé, pero que tienen que ver por partida doble, con la afición de Villa por los tamales:
La 1ª. Con Obregón en Celaya y acantonado Villa en Salamanca, éste decide antes de atacar, solicitar refuerzos al general Herón González que estaba escondido con varios miles de a caballo en Michoacán. Hombres del General Benjamín Gil interceptan el telegrama en clave enviado por Villa, el que fue descifrado, por una torpe indiscreción de él mismo. El telegrama era correcto que ni el más inteligente podía descubrir las órdenes giradas, pero al final del mensaje y de última hora, haciendo los códigos a un lado, se pedía enviaran cinco botes de corundas (pequeño tamal que hacen en Morelia) para satisfacer un antojo del general. No fue difícil para los expertos de Obregón interpretar las instrucciones: si Villa pide corundas, quiere decir que los refuerzos los espera de Morelia. En consecuencia, Obregón posiciona tropas entre Michoacán y Guanajuato e impide el reforzamiento de su adversario. Tres mil bajas y la derrota le costó por la glotonería de los tamales.
La 2ª. Después de la primera masacre, el General se reunió con el estado mayor para valorar las causas de la derrota, concluyendo que éstas eran, la falta de los refuerzos del General Herón y la falta de motivación por la ausencia de VILLA al frente de sus tropas, por lo que se consideró imprescindible la participación al frente del General y toda su oficialidad. El 14 de abril de 1915, Villa se jugaba su destino que disputaría con el enemigo a “sangre y fuego”, era tanta su decisión, que antes de entrar en combate, arengaba a sus tropas con el clásico: “muchachitos, no hay más que de dos, se las partimos o aquí nos morimos”. Por la importancia de la batalla y el mal dormir el general se levantó muy temprano y se dispuso a tomar su acostumbrado cafecito caliente con piquete ofrecido por su asistente, pero no pudo sustraerse al antojo de acompañarlo con algunos tamales de frijol elaborados en San Juan del Río y cuyo alias de “pedorritos” era suficientemente explicativo de las consecuencias por comerlos, por muy resistente que era el estomago del general, se encerró en su recamara doblegado por intensos retortijones que lo mantenían pegado a un retrete portátil que lo acompañaba en sus campañas y que lentamente se fue llenando por los deshechos diarreicos que su glotonería le ocasionaba. El general Panchito, no tuvo participación en el combate y sus dorados regresaron plenamente derrotados y sin la ilusión de recuperarse, sellándose de esta manera el destino trágico del Centauro del Norte.

BATALLA DE ZACATECAS. Todos los que han escrito sobre esta epopeya coinciden que los protagonistas, de los ejércitos villista y del usurpador Huerta, estuvieron a la altura de la importancia que esa batalla tenía para la Revolución Mexicana y si hubo un victorioso y un derrotado, es porque en la guerra se vence o se pierde. Si en la batalla de Celaya el general Villa fue el humillado, en la de Zacatecas él fue el glorioso, el vencedor, el humillador, pero el de mayor mérito, fue su estratega el general Felipe Angeles, quien junto con el general Tomás Urbina, concibieron el plan de combate. El día 23 de junio de 1914, llegó Francisco Villa ante el jolgorio de sus tropas y aprobó el plan de combate organizado por Angeles y Urbina, además, para motivar a la soldadesca revolucionaria se dio desde una loma de observación del campo un baño de fusilería enemiga y como era su costumbre, arengó con vehemencia a los 23 mil hombres que formaban su ejército: “aquí nos morimos muchachitos”.

TOMA DE ZACATECAS. El plan ideado consistía: con la caballería rodear la ciudad, atacar por todos los frentes al mismo tiempo, bloquear los caminos que conectaban con otras poblaciones y no dejar escapar a ningún federal; mediante una táctica de engaño ideada por Angeles, con la artillería simular un día antes una posición provisional, pero por la noche, establecer una posición definitiva para sorprender a la fuerza rival; sobre los cerros después de cada disparo de la artillería, la infantería avanzaría a toda velocidad y en sincronía exacta para evitar bajas por “fuego amigo”.
A las diez de la mañana del 23 de junio, víspera del día de San Juan, al disparo de un cañón por el rumbo de la hacienda nueva, cercana a la ciudad de Calera y por el camino que da a Fresnillo, se inició el combate y a las cinco de la tarde, destrozado el ejército federal, Villa, sus generales y sus tropas, se paseaban por las calles de Zacatecas sobre cerros de cadáveres, hasta llegar a cinco mil de los federales y siete mil del ejército de la División del Norte.

EL SECRETO DE VILLA. Felipe Angeles llegó a externar que el plan para la batalla de Zacatecas no hubiera dado resultado, si no se hubiera aplicado “el secreto del general Villa” que le dió a conocer en el momento que tomó la decisión final. El secreto de este triunfo, que se consumó en siete horas, fue el siguiente: avanzar, avanzar y avanzar en forma acelerada y, detrás de las fuerzas atacantes, irían generales y oficiales con pistola en mano, para matar al que retrocediera. En Zacatecas no había más que las opciones de vencer o morir, si diez meses después en Celaya, Villa hubiese aplicado “su secreto” de Zacatecas, la Revolución Mexicana se cantaría diferente.

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